“Cuando fui profesor me concentré mucho en intentar que los estudiantes entendieran bien que no se leía para posar de inteligente, ni para después en los cocteles o en las charlas ir a descrestar o para hablar con términos muy rebuscados para que la gente lo admire y diga “como es de inteligente”. No. Se lee en profundidad, para crear una ruta, para reflexionar a lo largo de la vida y que uno no se muera en las mismas condiciones en las que llegó, sino que uno de verdad haya crecido y haya dicho “carajo esta vaina valió la pena y yo hice una ruta muy bella, un camino que volvería a recorrer con gusto”.”