Socavón
Fotografía referente a animales en la pandemia Covid-19 

___Hace cuatro años estuvimos encerrados y al límite de nosotros mismos. Murieron parientes, amigos, colegas de trabajo. Algunos de ellos estuvieron largos días en salas de Cuidados Intensivos luchando por sus vidas y al final perdieron la batalla. Muchos fueron cremados con otros cuerpos en hornos atiborrados que trabajaban veinticuatro horas al día sin descanso. A muchos de ellos ni siquiera pudimos despedirlos.
___Durante ese tiempo asistimos al renacimiento del planeta: la contaminación disminuyó, el aire se purificó y los animales salieron en manadas a caminar por las calles y las avenidas, libres por fin de esa infección inmunda que no los dejaba existir en paz: nosotros. A lo largo de esos meses nos dimos cuenta de lo dañinos que somos, de lo tóxicos, de lo criminales. Era muy evidente como para no percibirlo. Y el hecho de que ahora nos hagamos los tontos no significa que no sepamos la verdad.
___Desde entonces, nuestros estados de ánimo han sido lamentables: nos hundimos, nos deprimimos, nos levantamos a altas horas de la noche con la sospecha de que estamos sobrando. Sentimos el horror de ser nosotros mismos.
___Nuestros gobernantes y los medios de comunicación nos mintieron con un descaro que indigna. Nos dijeron que el origen de la pandemia había sido una transmisión zoonótica, es decir, que el virus había pasado de los animales a nosotros. Ahora sabemos que fue una gran mentira. El virus se fugó (deliberadamente o por error) del laboratorio de Wuhan y eso significa que nosotros fuimos los responsables de todo el horror que vivimos en medio del delirio y la insensatez.
___Luego abrieron las cuarentenas poco a poco y todos repetimos la misma frase vacía y sin sentido: regresamos a la normalidad. Y sí, volvimos a bañarnos, a trabajar, a comer en restaurantes, pero todos sabemos que se trata de una farsa, de una representación que intentamos cumplir de la mejor manera posible para no tener que pensar ni reflexionar.
___Algunos nos pusimos dos o más vacunas que no estaban testeadas a cabalidad, a otros también nos dio Covid-19 una o más veces, y seguimos fingiendo que todo iba bien, que nada había pasado. Qué mentirosos, qué hipócritas. Asquea tanta socarronería.
___La verdad es que, en todo el planeta, nos vimos por primera vez en el espejo y la imagen que el azogue nos regresó fue aterradora. Somos una especie asesina que ensucia y extermina con una facilidad pasmosa. No importa a qué raza o religión pertenecemos, ni cuántos años tenemos, ni cuál es nuestro género. Tampoco importa nuestra educación ni nuestros títulos académicos. Nuestra inmundicia es la misma.
___Ese es nuestro verdadero rostro. Y ahora pretendemos que no ha pasado nada, que todo sigue igual, que hemos regresado a la normalidad que tanto anhelábamos. Y no, ya nunca nada será igual. En lo más profundo sabemos que el problema somos nosotros mismos, que el mal somos nosotros, que la enfermedad de este planeta somos nosotros. Ya nadie, nunca más, podrá considerarse una persona buena.
___Quizás por eso mismo es que después de la pandemia nos ha llegado esta pesadumbre permanente que no se nos quita con nada. Deambulamos por nuestras ciudades, montamos en tren, en carro o en autobús, y la sensación de desasosiego, de aflicción y desconsuelo no nos permite respirar. Por todo el globo hay personas al borde del abismo, tomando antidepresivos para poder ir a estudiar o a trabajar, y que intentan sobreponerse a estos sentimientos sin lograrlo. Y el problema no son ellas, sino los otros, que se lavan los dientes y sonríen, que madrugan, que hacen ejercicio y entran al cine como si nada hubiera sucedido.
___Vamos por un socavón a media noche sin ruta ni destino, sin saber cómo nos llamamos ni cuál es nuestro propósito. Por eso somos tan peligrosos.